El cambio climático es una de las cinco presiones principales que impulsan la pérdida de la biodiversidad en el mundo. España es el país con mayor biodiversidad de Europa, con más de 85.000 especies: más del 50% de las especies animales de Europa y el 80% de las especies de plantas vasculares. Pero además, la relación se da también en el sentido contrario, y es que la biodiversidad favorece la resistencia y adaptación a los efectos negativos del cambio climático. Sin embargo, los grandes acuerdos e instituciones preocupadas por el medio ambiente, como las Naciones Unidas, a menudo tratan estos dos problemas de forma independiente sin entrar en la correlación entre ellos: no fue hasta la Cumbre de Diversidad Biológica de Nagoya (Japón) en 2010 cuando empezó a plantearse el vínculo entre estos dos problemas medioambientales. Más recientemente, las Naciones Unidas mencionan de manera expresa la capacidad de los ecosistemas para mitigar el cambio climático, en el objetivo 15 de sus Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Esta compleja relación plantea una serie de interrogantes que permiten entender mejor las contribuciones recíprocas entre la biodiversidad y el cambio climático.
¿Cómo afecta el cambio climático a la biodiversidad?
La pérdida de biodiversidad en el mundo está impulsada, sobre todo, por cinco factores: la contaminación, las especies exóticas invasoras, la sobreexplotación, la pérdida de hábitats y el cambio climático. Por ejemplo, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático ha estimado que una de cada seis especies de animales y plantas se extinguirá como consecuencia del cambio climático.
Esto se debe a varios efectos que el cambio climático tiene sobre los ecosistemas. En primer lugar, el más conocido de todos, que es el incremento de la temperatura de la superficie terrestre, deriva en un aumento del nivel del mar y, además, facilita la propagación de enfermedades. Por otro lado, las modificaciones de los patrones espaciales y temporales de las precipitaciones inciden directamente sobre los hábitats. Tampoco debemos olvidar la incidencia de las emisiones de gases de efecto invernadero sobre la biodiversidad. Todas estas consecuencias del cambio climático, en especial la última de ellas, provocan un desequilibrio importante en los ecosistemas.
Si bien los hábitats son capaces de adaptarse a las pequeñas variaciones que la propia naturaleza de las cosas provoca en sus condiciones, las variaciones originadas por el cambio climático empiezan a ser tan drásticas y tan rápidas que los ecosistemas no son capaces de asimilarlas.
Este desequilibrio afecta directamente a las especies que allí habitan, y que tienen por tanto dos alternativas: adaptarse o extinguirse a medio y largo plazo. Así, ciertas especies son capaces de adaptarse y terminan por dirigirse a hábitats alternativos en los que poder subsistir gracias a las mejores condiciones relativas a la disponibilidad del alimento o la climatología adecuada, entre otros. Se trata, sin embargo, de especies invasoras que acaban afectando a las especies ya existentes de forma normalmente negativa.
El cambio climático incide también en las funciones de los organismos individuales, afectando a los ciclos de vida de los distintos seres vivos, por ejemplo, a su ciclo de reproducción o a los períodos de crecimiento, en el caso de las plantas.
Actualmente, existe aún cierta incertidumbre en cuanto a los efectos que puede provocar el cambio climático sobre las especies y sus ecosistemas, aunque sí se conocen ciertos datos que deberían preocuparnos: el 19% de los hábitats y el 12% de las especies de interés en Europa están potencialmente amenazados por el cambio climático, según la European Environmental Agency.
¿En qué ayuda la biodiversidad al problema del cambio climático?
La correcta gestión de la biodiversidad ayuda a reducir los efectos del cambio climático. Los ecosistemas resultan funcionales por la variedad de servicios que proveen, entre ellos, los de regulación climática: a nivel regional, pueden incidir de manera muy favorable en el régimen de lluvias y la variación de las temperaturas que, como hemos visto anteriormente, son dos de los principales problemas del cambio climático.
Además, algunos de estos ecosistemas juegan un papel fundamental en la reducción de las emisiones gracias a su capacidad de capturar y almacenar hasta un 30% de las emisiones de CO2, según algunas estimaciones. Teniendo en cuenta que el carbono es el principal gas de efecto invernadero, evitar que parte de éste alcance la atmósfera resulta determinante en cuanto a los efectos del cambio climático.
Por su parte, la biodiversidad también ayuda a mitigar los efectos del cambio climático que no es capaz de evitar gracias a:
- Mitigación: Se refiere al proceso de intervención humana que tiene como objetivo reducir las fuentes de gases de efecto invernadero o potenciar sus sumideros;
- Adaptación: Se trata de un factor clave de la relación entre biodiversidad y cambio climático. Los ecosistemas bien gestionados son capaces de resistir mejor a estos efectos, gracias a su capacidad de adaptación. Consecuentemente, cuando esta gestión resulta deficiente, los efectos del cambio climático se multiplican: por ejemplo, se estima que entre el 20 y el 24% del total de las emisiones de GEI proviene de la deforestación y los cambios de usos del suelo – de aquí nace la iniciativa REDD (Reducing Emission from Deforestation and Forest Degradation).
La relación entre biodiversidad y cambio climático está estructurada, por tanto, en una especie de delelo que sólo los distintos agentes de la sociedad, como las instituciones y las empresas, son capaces de mitigar.
Fuente: ‘El vínculo biodiversidad-cambio climático: un elefante en la habitación’, Fundación Biodiversidad y Forética.
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